El cambio brusco de la temperatura me ha pillado de improviso.
El aire gélido sonroja mi cara y las orejas, dejadas al descubierto por tamaño corte de pelo perpetrado por el joven aprendiz de peluquero ayer tarde.
La llamada al movil termina por desconcertarme. Sus palabras desgarran mi alma de un plumazo. Brutales y lacerantes. Las lágrimas brota de mis ojos cual manantial renace tras el deshielo invernal.
Me despedí de ellos hace solo tres días. No puedo creerlo. Inaudito, inimaginable, del todo punto inasumible. No solo por la pérdida de tantos años de trabajo y la más que probable desaparición del centro.
Trescientas almas benditas y impolutas de todo mal, sepultadas en diez segundos por las garras del ayer venerado y hoy cruel hormigón.
Trescientos maravillosos seres que nacieron sin nada y hoy han encontrado su fin en lo pretendimos fuera el puente hacia una vida mejor.
Ayer alegría, ruido y risas. Hoy desolación, silencio y pena. Miseria sobre más miseria.
El mundo les condenó y un latigazo de la tierra les ha ajusticiado.
Algo estamos haciendo mal cuando el mismo latigazo en otros lares solo hubiera provocado un susto.
Que Dios se apiade de nosotros.
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En recocimiento de aquellos que han pensado que sus manos pueden ayudar en Haiti. Con el solo pensamiento de querer ir, tenéis ganado mi respeto y admiración.
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