Hace frío, mucho frío.
Llueve fuera, diluvia seria mas exacto. Pego mi cara al cristal de la ventana y de inmediato siento su helado tacto, consiguiendo que un escalofrío recorra mi cuerpo.
Sumido en el silencio, miro a lo lejos, cerca del infinito, a un gris y perdido paraje de la montaña donde me encuentro, embaucado por la suave luz que se mece y que atraviesa las hojas de los árboles.
De repente me sorprendo absorto, embelesado en mis pensamientos. No se cuanto tiempo llevo así pero ha dejado de llover y parece que todo se apacigua. Es el solsticio de invierno, son las seis de la tarde y anochece. Los últimos rayos de sol rellenan ahora la sala de nostalgia.
A mi espalda, la chimenea recién encendida por los criados, arremete con fuerza contra el frío de la estancia, haciendo crujir y crepitar las piñas y maderos que alimentan el trepidante fuego y que consiguen mitigar lentamente la destemplanza que me paraliza.
No aparto la vista del ventanal, embelesado por el entorno, esperando verte llegar por el sinuoso camino. Me levanto creyendo vislumbrarte entre los vallados de piedras. Espejismo en la visión. Son las ganas.
Por favor, no tardes.
Llueve fuera, diluvia seria mas exacto. Pego mi cara al cristal de la ventana y de inmediato siento su helado tacto, consiguiendo que un escalofrío recorra mi cuerpo.
Sumido en el silencio, miro a lo lejos, cerca del infinito, a un gris y perdido paraje de la montaña donde me encuentro, embaucado por la suave luz que se mece y que atraviesa las hojas de los árboles.
De repente me sorprendo absorto, embelesado en mis pensamientos. No se cuanto tiempo llevo así pero ha dejado de llover y parece que todo se apacigua. Es el solsticio de invierno, son las seis de la tarde y anochece. Los últimos rayos de sol rellenan ahora la sala de nostalgia.
A mi espalda, la chimenea recién encendida por los criados, arremete con fuerza contra el frío de la estancia, haciendo crujir y crepitar las piñas y maderos que alimentan el trepidante fuego y que consiguen mitigar lentamente la destemplanza que me paraliza.
No aparto la vista del ventanal, embelesado por el entorno, esperando verte llegar por el sinuoso camino. Me levanto creyendo vislumbrarte entre los vallados de piedras. Espejismo en la visión. Son las ganas.
Por favor, no tardes.
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