Con la cara pegada al cristal, empañado y frío, dejo que mi cabeza y mi cuerpo dormiten. Hace más de quince minutos que nos movemos. No pienso, no hablo.
Observo las personas que metro y medio mas abajo desesperan, y entre bostezos me imagino sus vidas. El de gafas ha tenido mala noche, esprimerizo y su vástago recién nacido no le ha dejado pegar ojo. Además ha salido tarde y por eso tiene mal hecho el nudo de la corbata.
La morena de pelo corto, esta nerviosa, es su primer día de trabajo, quería causar buena impresión y va a llegar tarde, que desastre.
Parece que nos movemos. Vislumbro más adelante las sirenas de las ambulancias. Quien este dentro de ellas, ese si que va a tener un mal día.
Espero que el jefe entienda que lo del mucho tráfico y el accidente no es una excusa para llegar tarde, pero casi me da igual lo que piense.
Paciencia, dos paradas mas, luego el metro y ya habré llegado. Y todo para pasar una eterna mañana de trabajo en la lúgubre y sombría oficina.
Me podrán robar mis días, tus noches no.
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