Aterido de frío por la gélida brisa del estrecho, agazapado para no ser visto bajo un cielo estrellado y cómplice de la luna nueva. El miedo, el terror me quema la garganta y paraliza mis músculos, ante el oscuro, acechante y agitado abismo que se cierne ante mis ojos.
Allá, a lo lejos creo ver las luces de mi destino.
A la señal todos a la carrera. Creía estar solo y han aparecido medio centenar de espectros entre la bruma, que ahora abarrotan una patera de no mas de veinte plazas.
Pavor, incertidumbre, tristeza, hambre, desasosiego, y todo mientras me juego la vida a un cara y cruz, sabiendo que quien me aprieta la espalda pasara por encima mío si es necesario.
Cuantas veces he soñado haber llegado ya. Es lícito querer un futuro mejor y no tener como destino cierto la desdicha, el hambre o la enfermedad. Me merezco ser feliz y no malvivir hasta el fin de mis días.
Se que allí seré siempre de aquí, el color de la piel me delata, y que aquí seré otro de tantos que huyeron. Se que allí el desarraigo, la añoranza, la soledad, los cumpleaños harán mella, pero confío en el destino y que me sonría un poco la suerte.
Me han dicho que seré ilegal, pero nadie tiene derecho a cerrarme una puerta que me permita escapar del infierno, nadie tiene la potestad de decirme que no merezco algo mejor, y soy yo y solo yo quien arriesga el pellejo.
Un niño llora desconsolado en brazos de su madre, otra bonita a causa del miedo y el oleaje, la mayoría tiritan de frío.
Ya llegamos. El patrón nos grita que saltemos. Vamos allá.
Con el agua por las rodillas corro todo lo que las fuerzas me permiten. Estoy en la playa. Corro, corro hacia adelante sin mirar atrás, corro, corro.
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