Uno se mentaliza y se cree preparado para todo, pero esto está más allá del límite de lo soportable. Hay situaciones que uno no puede entrenarlas.
He tenido días de darle muchas vueltas a todo y ahora, sentado en el lúgubre y gris despecho del doctor, a la espera de los resultados, la vida se pasa en un suspiro. De no tener futuro a pensar en unos anhelados nietos. De reír a sufrir en un segundo.
No hace calor, pero la tensión del momento, la angustia de la espera, la soledad del instante, hace que me suden las manos y la frente.
No hay humo, es un hospital, pero el habiente se podría cortar. Me recuesto en la silla. Es cuestión de segundos.
A mi espalda la puerta se abre y entra el galeno embatado en blanco con una carpeta entre las manos. La carpeta que contiene mi futuro. Estoy dispuesto, noto el corazón latiendo a mil.
Se sienta despacio junto a mí, en lugar de tras la mesa del escritorio. Me mira a los ojos.
La verdad, doctor, necesito la verdad aunque sea cruda, le corto antes de que abra la boca.
No tengo buenas noticias, con voz grave y pausada me dice sin dejar de mirarme a los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario