miércoles, 13 de octubre de 2010

NICANOR, UN HOMBRE DE CAMPO - III

Durante la partida de la tarde, con un cigarro mordido entre los labios y un chato vino, Nicanor y sus convecinos linderos, discuten y justiprecian acaloradamente lo pagado por las fanegas cosechadas.

El no lo cuenta, pero le han parido casi todas las corderas, y los precios de venta de los chivos y lechales en el matadero de Cuellar han sido buen negocio. Casi medio millar de piezas de buen queso, ahora se le curan en bodega. Y la despensa llena de patatas y manzanas.

Lo mas perentorio, roturar las fincas para que aprovechen de buena manera las lluvias otoñales.

Es el momento de níscalos, boletus y setas de cardo. Aunque las piernas ya no son las de antes, Nicanor recorrerá en unos días, cientos de parajes de los bosques cercanos y no tan cercanos. Lugares aprendidos tras la experiencia que dan lo años, huyendo de los ramplones turistas urbanitas que poblarán las laderas, tras las primeras lluvias.

Se le nota algo más curtida la piel, enrojecidos los carrillos y envejecidos los huesos.
De los problemas médicos de antaño, aun arrastra los malditos reconocimientos.

Se aproxima el frío y de nuevo podrá sobrevivir este invierno sin mucha fatiga. Nicanor, ese hombre de campo.

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