Recostado en la hamaca observo con detenimiento los aviones que sobrevuelan la isla. Miles de historias viajando por el aire hacia sus eminentes destinos.
Aquí ahora con Ulma a mi lado, disfrutando del sol de una tarde de verano en el caribe, rodeado de palmerales y cocoteros, y un dray martini entre los labios, repaso cuando éramos nosotros los que volábamos a ninguna parte.
No se que es lo que mas trastoca mi mente, si el brillante azul que refleja el mar a mis pies, el hipnótico color blanco de la gran playa que se extiende ante mi, o como le brillan a ella los ojos.
Pero creo saberlo, y es el saber que por ahora no subiremos a ninguno de esos aviones.
Pero un ruido me hace saltar del paraíso. Abro los ojos y veo las 06:45 en el reloj de la mesilla. He de levantarme para ir a la oficina.
Que mal llevo los despertares.
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