viernes, 3 de julio de 2015

HISTORIAS DE TRENES

Las  prisas y el desorden habitual han conseguido que llegue por los pelos a la estación. Mi nombre sonaba por la megafonía, para que de manera inmediata subiera al tren. He sido el último viajero en encaramarse al vagón.  

Así he tenido que sentarme en contra  de la dirección y esto siempre me da ligero dolor de cabeza; largo viaje me espera.

Sin  embargo, hoy casi lo prefiero;  me está permitiendo que vea la ciudad que dejo atrás y me pueda despedir lentamente de ella. Veo las agujas de la catedral en la que tantas horas me he pasado estos meses trabajando. Luce esplendida tras la restauración acometida.

Con la mirada perdida en el infinito, a través del ventanal del vagón, veo los paisajes como el que ve la vida pasar. Pequeñas casas jalonan nuestro viaje, preciosas colinas llenas de ocres colores, propios del otoño que todo lo envuelve.

El tren se detiene. Es un pequeño apeadero de una coqueta aldea.  En el andén, una joven pareja se besa apasionadamente. Mientras ella sube al tren, el llora desconsoladamente por la ya ausencia de su amada. Que tierno cuadro para una despedida, que desgarradora imagen la de una separación no deseada.



El tren de nuevo arranca. Hoy, parece que no soy el único que deja atrás el pasado.

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