El traqueteo del tren y los acompañantes del compartimiento no me dejan dormir durante el viaje de vuelta, pese a que el día ha sido intenso. Un día de sensaciones increíbles, de olores intensos, de sabores a especias de otra época, de contraluces, de ruido ensordecedor y de calor, mucho calor.
Hoy hemos retrocedido tres siglos y nos hemos sumergido en calles angostas, adoquinadas, en semioscuridad, entre viviendas de adobo y madera. La gente vive de cara a la calle y amable nos habla al pasar, aderezándolo todo de sonrisas y gesticulaciones. Nos ofrecen sus tesoros en forma de collares, bolsos, babuchas, ropas, comidas. He de reconocerme exhausto de regatear por un par de insignificantes monedas. Pero tras la batalla, vuelven las sonrisas y los apretones de manos.
Pasear durante horas por la Medina ha sido transportarse a otra era, estar en otro mundo, como si en ese lugar el reloj de la vida funcionase de otra manera.
Recorrer la imperial Marrakech a pie, sumergirse en su Medina, comprar en la gran plaza Jamaa el Fna, el tatuaje de henna de la princesa Ulma, alojarse en un Riad, y tomar un te de menta en una de sus terrazas forma parte ya de mi mochila de recuerdos imborrables.
El tren está frenando, llegamos a Casablanca, pero esa es otra historia que os contaré otro día............
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